Tal como señala el proverbio japonés, hay momentos en que “la mirada del otro puede convertirse en el espejo más nítido”. En ese reflejo, somos capaces de sentirnos identificados, fragmentados o ajenos… Cualquiera fuera la reacción, lo cierto que es esa percepción ajena permite que seamos capaces de colocar sobre el tablero pequeñas peculiaridades (como nuestro modo de ser, expresarnos y actuar) que son muchas veces pasadas por alto.
¿Qué nos hace únicos a los tucumanos?, la pregunta puede ser respondida por algunos becarios extranjeros que, con el objetivo de aprender español en un contexto de inmersión cultural y turismo idiomático, llevan varios meses viviendo en la provincia.
Antes de llegar a Tucumán, el estudiante belga Martín Macaux (19) confiesa que las únicas palabras que conocía de nuestro idioma eran las que había escuchado en la canción “Despacito” de Luis Fonsi. Sin embargo, luego de 11 meses ya maneja el español con la suficiente soltura para declarar que los tucumanos somos amistosos, divertidos e impuntuales. “Es gracioso porque cuando llego tarde a una salida en realidad termino estando a tiempo. ¡Acá nadie es puntual! Si tu amigo te dice ‘ya salgo’ o ‘en 10 minutos llego’ mejor quedate en casa porque seguro le falta media hora”, advierte Martín.
Claudia Grieco (17), oriunda de una pequeña ciudad portuaria de Italia, se muestra de acuerdo con su compañero y agrega otras características a la lista. “Los tucumanos son muy patrióticos. En especial con las tradiciones, el tema de la Casa Histórica y los lugares relacionados con el pasado local -describe Claudia-. También, en carácter, son bastante habladores y demasiado directos para encarar o decir las cosas”.
Sumado a que, para estos jóvenes visitantes, tenemos una personalidad fiestera. “Es muy divertido, acá hay mucha joda, previas antes de salir a bailar y afters. Lo malo es la falta de control en el acceso a los boliches y que algunos chicos no respetan las restricciones de edad para entrar o tomar alcohol”, destaca Martín.
La eterna milanesa
Reunidos en un agasajo de bienvenida organizado por el Ente Tucumán Turismo, la mayor tentación de los estudiantes y los voluntarios extranjeros que asistieron al evento fue la gastronomía. Con rebosantes tazones de locro y frito, una mesa dulce de alfajores y colaciones regionales, jugo de limón recién exprimido y varias rondas de empanadas calientes. Surgiendo en el caso de estas últimas una competencia para descubrir quién de los presentes era capaz de cocinarlas mejor.
Gracias a la pizca de especias justas y de un repulgue idóneo -que debe constar de 13 pliegues, según la explicación del chef asesor- el diploma se lo llevó la alemana Charlotte Forner (17), residente en Concepción desde hace nueve meses. “Cualquier empanada, mientras sea tucumana, es riquísima”, afirma Martín, empoderado, desde el segundo puesto. Empero, comete un error garrafal al nombrar la papa como ingrediente.
Aún así, si dejamos de lado el desafío culinario, todos los becarios coinciden en que el ganador del podio gastronómico-referencial es el sándwich de milanesa. “Es la mejor comida y lo primero que relaciono con Tucumán. Quiero comerlo todos los días, pero no puedo”, lamenta Pim Snippe (18) tocándose la panza.
Lo bueno es que -a un mes de regresar a Holanda- logró darse el gusto de hacer la ruta de la milanesa y acudir a más de cinco locales para sacar sus propias conclusiones sobre el mejor “chegusán”.
El agite de la cancha
Para Paul Mehles (18) el mero susurro de la palabra fútbol hace que la euforia de los tucumanos brote por cada poro. Esa es la percepción deportiva que tienen los extranjeros sobre nosotros: seres pasionales y capaces de caldear cualquier partido cuando la grieta pasa por los equipos locales. “El fútbol en Tucumán es re importante y conecta a la gente. Con mis amigos fuimos a la Ciudadela y me encantó el clima que se vive en la cancha, cuando las personas comienzan a cantar y sentís la piel de gallina y los temblores”, rememora el estudiante alemán, ya con su corazón teñido de rojo y blanco.
Más allá del “chango”
“Al comienzo fue extraño que todos los nombres de personas lleven artículos”, resalta inconscientemente (y sin reprimendas) Paul cuando se le pregunta por el vocabulario local. Claudia y Charlotte hacen lo propio y piensan en aquellos modismos y expresiones que aprendieron a lo largo de su estadía: “buena onda”, “flashear”, “copado”, “ponele”, “‘tá loco”.
“Perro” y “chango”, agrega Pim, junto con algunos insultos que considera específicos de la terminología local. Al parecer, nuestro lenguaje malsonante también nos representa. “Los tucumanos son quejosos y malhablados pero esas características forman parte de la apertura y la cercanía que entablan con otras personas. Creo que los ‘insultos’ que dicen -y al usarlos tanto y en un clima casual- conforman su cultura y no un atentado contra los otros. Por eso, no los veo como algo malo”, sostiene Martín. (Por Guadalupe Norte).